SAMRAWIT* MIRA A LO LEJOS MIENTRAS UNA LIGERA BRISA AGITA EL CHAL ALREDEDOR DE SU ROSTRO. SE ABRAZA CON FUERZA MIENTRAS SOPLA UNA RÁFAGA DE VIENTO DEL LAGO MIRAYI EN EL ESTE DE RUANDA.
El entorno actual de la refugiada eritrea de 20 años es pacífico y relajado, muy lejos de los horrores que sufrió mientras estaba en cautiverio en manos de traficantes en Libia, donde fue torturada, golpeada y violada durante casi dos años. “No puedo lidiar con el recuerdo de lo que experimenté en Libia. A veces me estreso mucho cuando pienso en todo lo que pasé”, dice suavemente.

Samrawit fue evacuada a Ruanda en octubre del 2019 junto con otros 123 refugiados que habían estado en Libia. Alrededor de 258 solicitantes de asilo, en su mayoría eritreos, somalíes y sudaneses, se encuentran actualmente alojados en el centro de tránsito de Gashora, a unos 55 kilómetros de la capital, Kigali.

Samrawit dejó Eritrea tras la partida de un pariente cercano que huyó del servicio militar obligatorio, temeroso por su vida. Sin más familia en el país, se sintió amenazada y, ante la posibilidad de un reclutamiento forzado, decidió huir. En su búsqueda por la seguridad, fue secuestrada y llevada por tratantes de personas a una ciudad en Sudán, cerca de la frontera con Libia. “Primero nos tomaron por la fuerza, y luego nos violaron”, cuenta mientras rompe en llanto. Y agrega: “Nos amenazaron con cuchillos. ¿Cómo podría salvarme?”.

Samrawit estuvo detenida durante dos meses en un campo de tratantes en Kufra, en el sureste de Libia, donde sus captores inicialmente exigieron 6.000 dólares por su libertad. Fue comprada y vendida por diferentes grupos de traficantes y tratantes de personas, antes de terminar finalmente en Bani Walid, en el noroeste, donde estuvo detenida durante otros ocho meses. Sus ojos se llenan de lágrimas al recordar las terribles condiciones que enfrentaron allí.

“Hacían cosas terribles. Nos golpeaban con tubos de goma y violaban a las mujeres al aire libre o debajo de los autos», relata Samrawit.

“Estaba tan lleno que había que dormir de lado. Nos daban un plato de macarrones sin cocinar al día. Siempre teníamos hambre”, recuerda la joven. Apenas tenían suficiente agua y los baños estaban en pésimas condiciones: “Estaba muy sucio y muy mal, especialmente para las mujeres, porque durante nuestros períodos no podíamos bañarnos”, dice. Los golpes y la tortura física también eran frecuentes cuando los tratantes exigían dinero. “Hacían cosas terribles. Nos golpeaban con tubos de goma y violaban a las mujeres al aire libre o debajo de los autos”, relata Samrawit, que retuerce las manos mientras recuerda cómo torturaban a los cautivos. “Derretían el plástico y les quemaban las manos y, a veces, los ataban y les hundían la cabeza bajo el agua”.

Samrawit se vio obligada a comunicarse con su familia extendida, quien a su vez contactó a su hermano mayor. Juntos, recaudaron un total de 12.000 dólares que cubrieron su rescate y le aseguraron un espacio en un barco a Europa. Mientras habla, tira distraídamente de un colorido brazalete en su muñeca. “Obtuve esto de un amigo en Libia. Él lo hizo para mí”, dice ella, y añade que él continúa en uno de los centros de detención: “Realmente me preocupo por él porque sé lo mala que es la situación allí”. Y vuelve al relato para contar cómo fue que ella pudo escapar de esa situación en julio del año pasado, cuando los traficantes llevaron a 350 personas cautivas a la costa mediterránea para intentar cruzar a Europa. “Salimos a medianoche y después de unas horas el bote comenzó a hundirse”, relata.

“Salimos a medianoche y después de unas horas el bote comenzó a hundirse”, recuerda Samrawit sobre el día que consiguió escapar.

Alrededor de 150 personas murieron en el incidente, uno de los naufragios más mortales de los últimos años. De todos los sobrevivientes, solo cuatro eran mujeres, incluida Samrawit, que nadó durante más de ocho horas y terminó en la costa libia. “Afortunadamente pude nadar, pero realmente no puedo decir que por eso sobreviví. Es Dios quien me salvó”, confía ella.

Finalmente fueron encontrados en la costa por las autoridades libias y luego llevados a un centro de detención oficial al que el ACNUR tenía acceso.

Cansados, asustados, sucios y hambrientos, fueron registrados por ACNUR y posteriormente recibieron primeros auxilios. Luego fueron conducidos a través de un proceso de evaluación para identificar a los más vulnerables. Debido al número limitado de lugares de evacuación y reasentamiento disponibles, generalmente se hacen esfuerzos para priorizar a los más necesitados, a menudo incluidos niños no acompañados, sobrevivientes de tortura y otros abusos y personas que necesitan tratamiento médico urgente.

“Identificamos sus necesidades y los vinculamos con los trabajadores sociales para recibir asesoramiento. Cuando necesitan un tratamiento especial, los remitimos a médicos, incluidos psiquiatras”, explica Margaret Mahoro de ACNUR.

Samrawit fue una de las personas identificadas como altamente vulnerables que fueron evacuadas a Ruanda, donde el ACNUR y las agencias socias brindan asistencia vital, incluyendo alimentos, agua, atención médica, apoyo psicosocial y alojamiento. Margaret Mahoro, coordinadora de educación y medios de vida del Comité Americano para los Refugiados, socia del ACNUR, explica por qué este apoyo es crítico: “Identificamos sus necesidades y los vinculamos con los trabajadores sociales para recibir asesoramiento. Cuando necesitan un tratamiento especial, los remitimos a médicos, incluidos psiquiatras”.

A los evacuados se les ha otorgado la condición de solicitantes de asilo en Ruanda mientras se evalúan sus casos y se buscan nuevas soluciones. Desde diciembre de 2018, ACNUR ha evacuado a casi 2.000 refugiados y solicitantes de asilo de Libia. Unos 2.500 refugiados y migrantes siguen siendo extremadamente vulnerables dentro de los centros oficiales de detención.

Desde su llegada, Samrawit ha hablado con su hermano dos veces y le ha asegurado que se encuentra a salvo y segura. “Estoy aliviada porque no quedé embarazada o contraje una enfermedad de transmisión sexual. Hay una gran diferencia ahora. Es como la distancia entre el cielo y la tierra”, indica sobre su larga experiencia.

Mientras espera reunirse con su hermano, se está centrando en su sanación; ha tomado clases de inglés; y está considerando un curso de costura. “Necesito ocupar mi mente en lugar de preocuparme y recordar las cosas malas que sucedieron”, dice ella. Samrawit fue finalmente reasentada a Suecia, como parte del programa de reasentamiento del ACNUR para refugiados altamente vulnerables.

Un informe publicado por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados y el Centro de Migración Mixta en el Consejo Danés para los Refugiados, titulado “En este viaje, a nadie le importa si vives o mueres”, detalla cómo cientos de refugiados y migrantes mueren cada año en viajes desesperados desde África Occidental y Oriental hacia y a través de Libia y Egipto. Miles más sufren abusos y violaciones extremas de los derechos humanos, incluidos asesinatos, torturas, extorsiones, violencia sexual y trabajos forzados a manos de tratantes, traficantes, milicias y algunas autoridades estatales.

En una lista de recomendaciones, ACNUR y MMC están haciendo un llamado a los estados para que hagan mucho más para identificar y proteger a los sobrevivientes de abusos en las rutas y para responsabilizar a los autores de estos actos, incluso mediante enjuiciamientos y sanciones penales.

* El nombre ha cambiado por razones de protección.

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