Rozma Ghafouri, de pie al margen de una cancha de fútbol, con el silbato en la mano, observa a un grupo de jóvenes afganas driblar la pelota. Una de ellas baja la velocidad cuando llega a la meta, ajusta su posición y lanza la pelota al fondo de la red. Sus compañeras de equipo estallan en vítores y Rozma hace sonar el silbato para señalar el final del partido.
Mientras las chicas guardan su equipo de entrenamiento, Rozma se acerca al banco donde están sentadas las miembros más nuevas del equipo. Las felicita por su progreso, las anima a que asistan a la próxima práctica y les pregunta amablemente sobre sus vidas en casa. “El deporte es la mejor manera que he encontrado para ayudar a los niños y las niñas en una situación vulnerable a abrirse. Después de cada práctica, les hablo de todo y de cualquier cosa hasta que se sientan cómodos para hablar conmigo sobre los problemas que enfrentan en casa”, dice Rozma.
La jugadora de 29 años no es solo la entrenadora del equipo, también es afgana. Se basa en su propia infancia, a veces dura, para conseguir que los refugiados jóvenes y los afganos indocumentados de entre 11 y 15 años de edad puedan dejar el trabajo y volver a la escuela.
“Solía ver a los niños y niñas afganos trabajando en lugar de jugar”, recuerda Rozma.
“Solía ver a los niños y niñas afganos trabajando en lugar de jugar. Llevaban ropa de trabajo usada en lugar de uniformes. No sonreían”, recuerda Rozma. “A través de las actividades deportivas conseguimos que muchos de estos niños se olviden de sus problemas”, indica la joven.
Rozma y su familia huyeron de Afganistán hace 23 años. Después de trabajar durante gran parte de su infancia, fundó el Youth Initiative Fund en la ciudad de Shiraz, en el sur de la República Islámica de Irán, en 2015 para ayudar a la niñez en situación de riesgo. Con el respaldo del ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados y su contraparte del Gobierno iraní, la Oficina de Asuntos de Extranjeros e Inmigrantes Extranjeros (BAFIA), el proyecto ahora ayuda a unos 400 niños y niñas al año, muchas de ellas niñas que no asisten a la escuela, a través de la inclusión en actividades deportivas y sociales, la inscripción en cursos de alfabetización y aritmética y el asesoramiento a sus familias. Al ver el impacto que ha tenido el proyecto en la vida de los niños afganos en Shiraz, el ACNUR y la BAFIA están en proceso de replicarlo en otras provincias de Irán.
Todos los días, los voluntarios de la Iniciativa, que incluyen afganos e iraníes, van de puerta en puerta en los barrios de Shiraz, en su mayoría poblados por afganos, para hablar con los padres de niños que nunca han ido a la escuela o han tenido que abandonarla. Rozma y el equipo construyen una relación con los padres y piden permiso para que sus hijos vengan a la práctica deportiva todas las semanas. A medida que los padres ven el cambio positivo que las actividades deportivas dirigidas por Rozma tienen en sus hijos, están más dispuestos a escuchar sus súplicas para que los dejen ir a la escuela. “Es difícil tratar de convencer a los padres que están más preocupados por poner comida en la mesa de que a sus hijos se les debe permitir ser solo niños e ir a la escuela”, dice la joven, recordando las innumerables veces que le han cerrado puertas en la cara.
Si bien tanto los niños como las niñas a menudo deben trabajar para ayudar a sus familias, las niñas enfrentan el desafío adicional de las normas culturales que consideran innecesario que las hijas reciban educación. Algunos miembros de la comunidad afgana también se ven presionados a contraer matrimonio precozmente.
Por su dedicación a ayudar a los jóvenes afganos en Irán, Rozma ha sido elegida como la ganadora regional para Asia del Premio Nansen para Refugiados del ACNUR, un prestigioso premio anual que honra a quienes han hecho todo lo posible para ayudar a las personas desplazadas forzosas o apátridas.
Empoderar desde el fútbol
Rozma tenía casi seis años cuando los talibanes invadieron su ciudad natal en la provincia de Kapisa, en el noreste de Afganistán, y huyó del país con sus padres y cuatro hermanos. En Irán, estaba a salvo, pero durante sus primeros años en el exilio, la familia apenas tenía lo suficiente para vivir, y mucho menos para cubrir las tasas escolares.
“Recuerdo que cuando tenía siete años me di cuenta de que no iría a la escuela como los demás niños porque necesitaba ganar dinero. El trabajo más difícil que recuerdo haber hecho fue en una granja con el olor insoportable de los pesticidas y el sol abrasador que me quemaba la cabeza”, recuerda la ahora entrenadora de fútbol. Ella y sus hermanos también trabajaban en una fábrica de ladrillos donde la familia vivía en una habitación lateral estrecha sin baños. Incluso cuando finalmente comenzó la escuela varios años después, tuvo que seguir haciendo trabajos de medio tiempo por las noches para ayudar a pagar su uniforme, libros y transporte. Entre la tarea, las quehaceres del hogar y esos trabajos, Rozma necesitaba una actividad para alegrar sus días.
“Todo lo que quería hacer era jugar al fútbol, pero no se me permitía porque era una niña”, cuenta la entrenadora.
“Nunca me gustaron las muñecas. Todo lo que quería hacer era jugar al fútbol, pero no se me permitía porque era una niña. Mi padre decía que las chicas no están hechas para el fútbol y que en cambio debería aprender a coser”, cuenta Rozma. Pero luego fue su mamá la que le permitió empezar a jugar al fútbol con sus hermanas y los demás niños del barrio, siempre y cuando terminara sus quehaceres. Hoy, desde su organización, Rozma intenta romper cada vez más con esta imposición.
Entre los beneficiarios del proyecto se encuentran Nazi, de 28 años, y su hija Nazanin, de 12, quienes ahora asisten a sesiones deportivas. “Gracias a la Iniciativa, mi hija puede tener una infancia, jugar, socializar con otros niños, soñar… Son cosas que nunca pude hacer”, dice Nazi.
Rozma no podría estar más feliz de que el fútbol sea cada vez más aceptado en la comunidad afgana como un deporte para niñas. Las hermanas de Rozma, incluso, fueron invitadas a jugar en un equipo de fútbol femenino en su Afganistán natal. “Sueño con un mundo en el que las niñas y los niños afganos tengan las mismas oportunidades de triunfar, en cualquier lugar del mundo y sin importar los obstáculos en su camino. Los deportes pueden ser una herramienta poderosa para que esto suceda”, dice.
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El Premio Nansen para los Refugiados recibe su nombre en honor al explorador noruego, humanitario y ganador del Premio Nobel de la Paz, Fridtjof Nansen, el primer Alto Comisionado para los Refugiados, quien fue nombrado por la Liga de Naciones en 1921. Su objetivo es mostrar sus valores de perseverancia y compromiso ante la adversidad.