Una fotografía enmarcada de James Tut, con toga y birrete y recibiendo su título de licenciatura, ocupa un lugar destacado en su casa en la región occidental de Gambella en Etiopía. Captura uno de los momentos de mayor orgullo en la vida de este hombre de 42 años. “Estaba muy feliz”, recuerda el refugiado de Sudán del Sur.
Para todos los estudiantes, graduarse de la universidad es un motivo de celebración, pero para un refugiado, es un verdadero triunfo sobre las probabilidades. Si tuviera la mínima oportunidad, continuaría y estudiaría su Maestría. Pero sólo el tres por ciento de los refugiados están matriculados en alguna forma de educación terciaria, en comparación con el 37 por ciento de sus contrapartes no refugiados en todo el mundo. Para quienes han huido del conflicto en Sudán del Sur, la proporción es aún menor.
James esperaba que, con un título en Desarrollo y Liderazgo Comunitario de la Universidad de Addis Abeba, podría encontrar empleo en el Gobierno de Sudán del Sur. Pero cuando terminó sus estudios de pregrado en 2014, la guerra había surgido. Se convirtió en un refugiado en Etiopía. Más tarde, su familia logró huir de Sudán del Sur y llegar a la región de Gambella, donde se reunieron todos.
“El 80 por ciento de la población es analfabeta, imagínenlo”, expresa el profesor James Tut.
A pesar de que no ha podido regresar a casa, la educación universitaria ha sido útil para James. Durante los últimos años, se ha desempeñado como subdirector de una de las cuatro escuelas primarias del campamento de refugiados Jewi de Gambella. Viste elegantemente y habla en voz baja, emana una autoridad tranquila en medio del estruendo de los niños bulliciosos mientras camina de un aula a otra, llevando una caja de tizas y su plan de lección. “Nuestro país es la nación más joven del mundo, pero el 80% de la población es analfabeta, imagínenlo. Si tienes más personas analfabetas con cada generación que pasa, tienes un problema”, expresa el profesor.
Años de violencia en Sudán del Sur han sido un desastre para la niñez y la juventud del país. Dos tercios de todos los refugiados de Sudán del Sur son menores de 18 años. Solo el 67% de ellos están en la escuela primaria en Etiopía, en comparación con un promedio internacional del 91%. La situación empeora a medida que avanzan al siguiente nivel académico, con solo el 13 por ciento matriculado en la educación secundaria, en comparación con el 84 por ciento a nivel mundial.
La educación para los refugiados ya era un gran desafío, pero en un informe pionero, que se publicará el 3 de septiembre, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR advierte que el flagelo doble creado por la COVID-19 y los ataques a escuelas, dirigidos a profesores y alumnos, amenaza con destruir muchos logros obtenidos con esfuerzo, provocando un retraso de décadas.
El informe también advierte que la COVID-19 podría dañar irreparablemente las posibilidades de lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4: garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa para todos (refugiados y no refugiados) y pide una acción inmediata y audaz por parte de la comunidad internacional para apoyar formas innovadoras para proteger los logros críticos obtenidos en los últimos años.
Como licenciado, James es una prueba viviente de lo que los refugiados pueden lograr si se les da la oportunidad. Pero todos los días que va a trabajar, es muy consciente de los problemas que sus alumnos enfrentan a diario. Él desearía que hubiera más capacitación disponible para sus maestros y más fondos para pagarles mejor. Muchos renuncian, diciendo que los 805 birr (27 dólares) que reciben mensualmente como incentivo para enseñar no es suficiente para vivir. También le gustaría ver menos hacinamiento en las aulas: los estudiantes se ven obligados regularmente a quedarse de pie o sentarse en el piso porque no hay suficientes sillas y escritorios. Y con los protocolos de salud requeridos para la reapertura de las escuelas durante la pandemia, el hacinamiento también puede llevar a que los estudiantes se vean obligados a abandonar la escuela.
A James también le preocupa que las niñas tengan más probabilidades de quedar fuera de la educación que los niños. “En el campamento, menos niñas van a la escuela aquí debido al matrimonio temprano. A veces, la situación de una familia también obliga a las niñas a quedarse en casa para hacer labores como preparar comida para vender en el mercado o llevar puestos de té”, indica.
Las escuelas de Jewi hacen todo lo posible por mantener a las niñas en el aula a pesar de estas presiones: “Si vemos que las niñas abandonan la escuela, organizamos equipos de la PTA (asociación de padres y maestros) para que vayan a la comunidad a persuadir a los padres, especialmente a las madres, de que envíen a sus hijas a la escuela”, cuenta.
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Sin educación, generaciones de niños y niñas corren el riesgo de crecer sin las habilidades que necesitan para reconstruir sus vidas, sus países y sus comunidades. James está decidido a que sus propios hijos, tres niños y dos niñas, de entre 18 meses y 14 años, eviten este destino. Se ha comprometido a hacer todo lo que esté en su poder para garantizar que disfruten del mismo nivel de educación que él ha tenido, sin importar las probabilidades en su contra.
“Los niños son el futuro de nuestro país”, cree firmemente el profesor.
Su esposa también es maestra y actualmente está estudiando en una escuela de formación de maestros para obtener sus calificaciones. “He podido transferir los beneficios de la universidad a mi familia y mis hijos. Quiero lo mismo para mis hijos. Planeo que mis hijos lleguen a donde he llegado, ya sea que todavía seamos refugiados o que regresemos a casa en Sudán del Sur”, dice. Y concluye, esperanzado: “Educas a tus hijos para que mejoren sus vidas … Los niños son el futuro de nuestro país. Cuando regresemos a Sudán del Sur, construirán nuestro país».