Había sido diseñadora de joyas. Y en un ataque de nostalgia, Safaa decidió anotarse en un curso de fundición de oro. Pero cuando llegó al centro para tener la primera clase junto con las cuatro amigas a las que había invitado a unirse, se dio cuenta de su error: «Sabaka», la palabra árabe que se utiliza para referirse a la fundición de metales, en Jordania significa «plomería».
«Estaba estupefacta, y éramos las únicas mujeres en el centro», duenta Safaa. Y recuerda: «Di un paso atrás y dije ‘yo me voy’, pero mis amigas me animaron a quedarme». Decidió quedarse cuando se enteró de que el curso lo impartía una mujer de Alemania. «Si ella puede, ¿por qué no vamos a poder nosotras?», se preguntó.
Safaa tiene 45 años y doble nacionalidad siria y jordana. Aunque ha vivido la mayor parte de su vida en las afueras de la capital de Siria, Damasco. Pero en 2014, cuando su hogar quedó destrozado y su negocio desvalijado durante la guerra civil que asolaba el país, se marchó junto a su marido y se instaló en la ciudad natal de este, Irbid, al norte de Jordania.
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Aunque no es una persona refugiada, igualmente se vio obligada a reconstruir su vida desde cero en una ciudad nueva. Su marido no podía trabajar porque había sufrido un accidente cerebrovascular, así que la mujer decidió anotarse al curso. Graduada en Bellas Artes, se sintió cada vez más atraída por el diseño de sistemas y la resolución de problemas que se ponen en práctica con la plomería.
«Intento ayudar a las mujeres a ganar autonomía«, dice orgullosa Safaa.
El curso duró dos meses, aunque Safaa admite que tanto ella como sus amigas seguían siendo principiantes cuando lo terminaron. Empezaron a hacer algunas reparaciones en sus casas para adquirir experiencia antes de ayudar a familiares y amigos. «Al principio tardábamos casi un día entero en arreglar un inodoro, luego medio día, y ahora tardamos lo mismo que otros compañeros, máximo media hora», explica. Así, su hobby se convirtió en una gran oportunidad de generar trabajo: «Con el tiempo empecé a ampliar mi negocio. Hacía arreglos en las casas de mi zona, y mis amigas en las casas cerca de las suyas. Trabajamos durante casi un año solo para practicar. Pero luego pensamos… ‘¿Por qué no abrimos nuestro propio negocio? ¿Por qué trabajar gratis?’».
Ahora, tiene un negocio con alcance nacional, además de dirigir el único centro de formación de plomería dirigido a mujeres en la región. Ha formado a cientos de ellas, y también le da trabajo a 36 plomeras autónomas, de las cuales más de la mitad son refugiadas sirias.
«Recibimos un salario que nos ayuda a cubrir los gastos diarios. Intento ayudar a las mujeres a que logren una autonomía económica y social», enfatiza esta plomera jordana. Y añade: «Muchos de sus maridos han dejado de trabajar, así que para ellas esta formación es útil para generar ingresos para sus familias». Una de sus aprendices, Buthayna, refugiada siria de 43 años, cuenta que aunque todavía está aprendiendo lo básico, ha encontrado algunos trabajos esporádicos en su barrio. Y a largo plazo le gustaría dedicarse a este oficio. «La gente siempre dirá que es un trabajo para hombres, pero yo no tengo problema. Es un salario y nos ayuda con los gastos y la educación de los niños», desliza.
La importancia de la formación. Dar oportunidades de trabajo y estudio a las personas refugiadas es muy relevante para impulsar su autosuficiencia y reducir su dependencia de las formas tradicionales de asistencia. Tener acceso a trabajos seguros y decentes les permite satisfacer las necesidades básicas de sus familias y prepararse para el futuro, tanto si regresan a su lugar de origen, como si se quedan en el país de asilo o se reasientan en un tercer país. La inclusión económica de las personas refugiadas será uno de los temas del Foro Mundial sobre los Refugiados, una reunión clave que se celebrará en Ginebra en diciembre de 2019. Representantes de los Estados, del sector privado y otros actores, anunciarán contribuciones de alto impacto que darán la oportunidad a los refugiados de poner en práctica sus habilidades y seguir desarrollándolas para participar en el crecimiento económico de sus comunidades de acogida.
En Jordania, la participación de las personas refugiadas en el sector agrícola, de la construcción, las manufacturas y la hotelería les ha permitido contribuir a la economía del país. En cuanto a las reacciones que suscita entre sus clientes cuando llega con sus herramientas, su mono azul de trabajo y el velo, Safaa cuenta que han sido sobre todo positivas y que ha aprendido a ignorar las que no lo son. «Estoy muy orgullosa de mí misma. Las mujeres son las carpinteras, herreras y plomeras de sus casas. Es algo normal; pero si lo hacen en casa de otra persona, entonces se convierte en algo extraño», reflexiona.
«En parte, uno de los motivos por los que he persistido en mi decisión de dedicarme a esto es para cuestionar los estereotipos y romper los tabús, así que estoy muy orgullosa de mí misma y de las mujeres con las que trabajo«, cuenta orgullosa la mujer.
Lejos de ser algo novedoso o una rareza, Safaa está convencida de que, junto con su equipo formado casi exclusivamente por plomeras, ha encontrado un nicho comercial todavía inexplorado. «Muchas de nuestras clientas prefieren que haya mujeres trabajando en sus casas en lugar de hombres, así que aunque pueda parecer una idea poco común, sí que tiene sentido«, asegura. Consultada por sus planes a futuro, muestra orgullosa en su laptop un prototipo de camioneta blanca con el logo de su empresa al costado, llena de herramientas y piezas de repuestos. «Ninguna de nosotras tiene auto, así que todavía nos movemos en taxis o en transporte público. Me encantaría tener una furgoneta«, revela entusiasmada.
Para Safaa, el proceso que comenzó hace cuatro años por un error de traducción hoy es su mayor orgullo: «La joyería siempre será mi pasión, pero cuando me preguntan a qué me dedico, digo que soy plomera«.
Safaa y sus alumnas de plomería. La mayoría son mujeres refugiadas sirias. Foto: © ACNUR /Jose Cendon
Formarse en un oficio, brinda grandes oportunidades de desarrollo a las personas refugiadas. Foto: © ACNUR /Jose Cendon
En las clases aprenden a arreglar cañerías, canillas e inodoros, entre otras cosas. Foto: © ACNUR /Jose Cendon