A pesar de que la malaria sigue siendo la enfermedad más común entre las personas refugiadas, la fatiga psicológica y emocional causada por la pandemia de Covid-19 y la malnutrición se convirtieron en dos de las principales amenazas que enfrentan los refugiados en cuanto a su salud y bienestar. Estos datos se desprendieron de la Revisión Anual de la Salud Pública en el Mundo, que fue publicada por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.

En este contexto, y tras atravesar un año marcado por la pandemia de Covid-19, ACNUR se enfocó en abogar por la inclusión de las personas refugiadas en los planes nacionales de vacunación. Así mismo, la Agencia de la ONU para los Refugiados también brindó apoyo a los sistemas nacionales de salud adquiriendo equipos de protección personal, respiradores, pruebas de COVID-19 y medicamentos en países como Líbano y Bangladesh.

Al comienzo de la pandemia de Covid-19, y en medio de las restricciones de circulación, el acceso de las personas refugiadas a los centros de salud se redujo notoriamente. No obstante, se trabajó en pos de garantizar que las personas refugiadas siguieran teniendo un acceso seguro a servicios esenciales.

“Trabajamos para reducir las aglomeraciones en las clínicas, encontrar alternativas para la prestación de servicios, como el seguimiento a distancia, y, sobre todo, para mantener informadas a las comunidades de personas refugiadas”, comentó Sajjad Malik, Director de la División de Resiliencia y Soluciones de ACNUR.

Y agregó: “Fue necesario hacer un esfuerzo especial para garantizar la continuidad de los servicios de salud materna y neonatal, así como de los servicios de salud mental, dado que la capacidad las personas refugiadas para hacer frente a la situación se vio gravemente afectada por la COVID-19”.

Siguiendo esta línea, a lo largo del año pasado, ACNUR apoyó el acceso a servicios integrales de atención sanitaria en 50 países, que acogen a 16,5 millones de personas refugiadas.

Al igual que en 2019, la malaria fue la causa de muerte más común entre las personas refugiadas (20 por ciento), seguida de infecciones del tracto respiratorio superior e inferior. Por otra parte, la desnutrición aguda siguió siendo un problema sanitario importante en muchas operaciones de ACNUR; tras el inicio de la pandemia y las restricciones de circulación, la Agencia de la ONU para los Refugiados y sus agencias socias debieron revisar la ejecución de los programas de nutrición para garantizar tanto la continuidad de la atención como las medidas de mitigación del COVID-19.

“Como estamos en el segundo año de la pandemia de COVID-19, se necesita financiación para mantener la respuesta a la pandemia en apoyo de los sistemas nacionales”, señaló Malik. Y cerró: “Sin embargo, esto no debe ser a costa de mantener el acceso a otros servicios sanitarios esenciales. En general, se necesita una inversión mucho mayor, para garantizar que las personas refugiadas, al igual que todas las demás, puedan disfrutar del derecho a la mejor salud física y mental posible”.

FUENTE: ACNUR.ORG

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