Ago 18

Explosión de mortero pone de manifiesto el letal legado de la guerra en Sudán del Sur

El dolor, la angustia y la búsqueda de respuestas se hacen patentes con la muerte, a causa de una explosión, de cuatro niños refugiados en el condado de Maban, donde décadas de conflicto han dejado un alijo de municiones sin explotar.

Por: Tim Gaynor y Nour Abdulhak

Foto: © ACNUR/Tim Gaynor

Bunj, SUDÁN DEL SUR – Tras haber terminado sus deberes escolares, un grupo de niños de entre 12 y 14 años que se disponía a pastar las ovejas y cabras de sus familias en tierras cercanas a sus hogares estaba emocionado con su hallazgo.

Con un par de golpes de martillo, usarían el tubo metálico como campana alrededor del cuello de una de las cabras. Empezaron luego de dejarlo a la sombra de un árbol.

«Lo golpearon fuertemente. Empezó a salir humo y, luego, hubo un destello”, recordó el padre de Fathihe, un niño de 12 años.  

Babikit, Awuda, Ahmed y Balla murieron inmediatamente después de que explotó el mortero de 60mm.

Fathihe perdió dos dedos de la mano izquierda por la metralla, que desgarró la parte inferior de su pierna derecha y le provocó heridas en la mano y brazo derechos.

Más de dos semanas después de la explosión, Fathihe sigue en un ala del hospital de Bunj, en el condado de Maban, al noreste de Sudán del Sur. Lo vigilan día y noche su padre, Hissen Awad Mohammed, de 38 años; su madre, Haja Ibrahim; y cuatro hermanas.

“Se está recuperando poco a poco”, comentó Hissen, quien se dedica a la agricultura. El resto de madres y padres del unido clan de refugiados que huyeron juntos del conflicto en Sudán hace más de una década han quedado devastados.

 

“No puedo creer que mi hijo está muerto”, comentó la madre de Balla con los ojos llenos de dolor.

Sudán del Sur es uno de los países africanos más pobres y más afectados por el conflicto. Los combatientes lucharon por décadas en la guerra que llevó a la independencia en 2011, y, luego, en los esporádicos episodios de violencia que ha habido desde entonces. En algunos sitios, como Maban, aún siguen apareciendo bombas y minas a pesar de los continuos esfuerzos por removerlas.

Desde que ocurrió la explosión el 13 de mayo, todas las tardes Hawa Farouk espera que su hijo, Balla, regrese de la escuela a su pequeño hogar, donde los libros escolares del chico de 14 años aún están escondidos en el alero y su tarea de inglés está escrita con tiza en los muros de barro.

“No puedo creer que mi hijo está muerto. Creo que está en la escuela estudiando. Cuando los chicos vuelven de la escuela, espero que él venga con ellos”, comentó con los ojos llenos de dolor.

Hawa recuerda a su hijo como un niño cariñoso y estudioso que plantó un árbol de acacia en el jardín para tener sombra, que corría a la tienda por suministros y que prometió cuidar de su madre y de su padre una vez que se graduara de la escuela.

Hama recordó las palabras de su hijo: “Si tengo éxito en la escuela, se acabarán todas tus preocupaciones. No sufrirás más. Te apoyaré y dejarás de sufrir en la vida”.

Tres días después de la explosión, Balla y sus amigos fueron enterrados en el mismo cementerio. Sus padres viven a pocos metros de distancia en casas con paredes de barro y techo de paja, rodeadas de vallas de palos y espinas. Es difícil soportar la pérdida para Yahiya Shanir Adair, padre de Ahmed, un chico de doce años que amaba el fútbol.

“Era un buen chico, siempre dispuesto a ayudar”, contó sentado en una cama de cuerda colocada a la sombra de un árbol en su patio, en el condado de Maban, donde habitan 176.000 personas refugiadas y 70.000 residentes locales.

“Sus muertes han afectado no solo a la comunidad, sino a todo el condado. Si los chicos se hubieran graduado de la escuela, la comunidad también se habría visto beneficiada. Algunos de ellos hubieran sido médicos, otros se hubieran convertido en ministros… La pérdida para la comunidad es enorme”, añadió Yahiya.

El Servicio de las Naciones Unidas de Acción contra las Minas (UNMAS) ha destruido 1.091.968 explosivos en Sudán del Sur. Esta cifra incluye 40.121 minas, 78.879 municiones de racimo y 974.968 artefactos sin explotar, que se conocen como UXO, para garantizar la seguridad en escuelas y puntos con recursos hídricos.

Sin embargo, la reciente explosión ha puesto de manifiesto el problema que plantean las armas letales en áreas que, como Maban, han sido campos de batalla una y otra vez desde la década de 1980, y donde las municiones sin estallar permanecen enterradas en zonas en las que los refugiados y los residentes van a buscar agua, a pastar animales y a hacer su vida.

«Las inundaciones son un problema. Hay inundaciones cada año. Con ellas, el suelo se erosiona y las municiones sin explotar quedan al descubierto”, indicó Joseph Guya, funcionario adjunto de seguridad de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en Maban. 

“La última inundación en octubre del año pasado dejó al descubierto muchas municiones sin explotar en áreas residenciales”, añadió Joseph Guya, funcionario adjunto de seguridad de ACNUR en Maban.

En uno de los incidentes a los que asistió Guya, la erosión reveló una bala de mortero de 120 mm junto a la valla del patio trasero de una familia. “Los residentes simplemente la vieron. Esto ha ocurrido cuatro veces en Bunj”, señaló.

ACNUR está colaborando estrechamente con UNMAS y con la empresa de seguridad G4S para garantizar la remoción de las municiones sin explotar que hayan sido reportadas. Asimismo, está apoyando una campaña informativa que comenzó antes de la explosión más reciente y que se lleva a cabo en todo el país, incluso en los cuatro campamentos de refugiados que hay en Maban.

Las charlas y los folletos en inglés y árabe buscan generar consciencia en torno a la amenaza letal que suponen las municiones sin explotar; de igual forma, con ellos se pretende ayudar a personas refugiadas, residentes y personal humanitario a identificar y reportar las municiones.

ACNUR también está trabajando con Servicios Jesuitas para Refugiados, un socio que ofrece asesoría y apoyo a las familias dolientes. Por su parte, Save the Children International brindó asistencia – alimentos, combustible, vestimenta y ropa de cama – y ha apoyado a Fathihe, quien se encuentra en el hospital de Bunj, y a otro chico que ya fue dado de alta.

Las familias dolientes reciben visitas y sienten algo de consuelo porque el duelo es compartido. Algunas personas, como Yahiya (58 años), han comenzado a generar consciencia en torno al peligro que suponen las municiones sin explotar, por medio de redes de familias extendidas en los campamentos. Él tiene claro, no obstante, que es necesario hacer mucho más para garantizar que esta tragedia no vuelva a repetirse.

«Hay que limpiar la tierra para que no haya más municiones sin explotar; de ese modo, los niños podrán jugar, los refugiados podrán moverse, las mujeres podrán recolectar leña”, comentó Yahiya.

Sumida en la pena por la pérdida de Balla, Hawa insiste: “No puedo dormir por las noches. Lo extraño muchísimo. Era nuestra esperanza”, afirmó. “Esto no debe pasarle a nadie más en nuestra comunidad”.

FUENTE: ACNUR.ORG 

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