Los efectos de la desertificación, el aumento del nivel del mar y la creciente frecuencia y gravedad de los fenómenos meteorológicos, vulneran los derechos humanos, incluyendo el derecho a la vida, al agua y al saneamiento, a la alimentación, a la salud y a una vivienda adecuada. Hoy en día, el 84% de las personas refugiadas y solicitantes de asilo provienen de países altamente vulnerables al clima. Tal es el caso de Somalia, que está atravesando un período histórico de sequía, una situación que no se había visto en más de 40 años. Una quinta temporada de lluvias fallidas impidió el crecimiento de los cultivos, lo que ha llevado a la desnutrición y el desplazamiento forzoso masivo. Esta situación dificulta y precariza aún más la vida de quienes se ven obligados a huir, también, por conflictos o violencia: 1,1 millones de personas debieron desplazarse dentro del mismo país, y más de 110.000 somalíes se vieron obligados a cruzar la frontera hacia Kenia en el último tiempo.
Amina Osman es una mujer granjera de 35 años que se ha dedicado toda su vida a cultivar mangos, papayas y cocos a la orilla del río Jubba, en Jilib, su aldea de origen, en Somalia. Por la prolongada sequía no tuvo otra alternativa que abandonar su granja, junto a sus 8 hijos, en busca de alimentos, seguridad y protección. Pero esta no fue la primera vez que tuvo que dejarlo todo. La hambruna de 2011 que, de acuerdo con datos de la ONU, cobró más de 250.000 vidas, la obligó a huir también a Kenia, aunque en aquel momento pudo volver a su hogar y reanudar su vida.
Sin embargo, la segunda huida fue mucho más dolorosa para Amina, quien caminó junto a sus hijos durante tres semanas, dependiendo enteramente de la ayuda que recibían de personas que se encontraban en el camino. Desgraciadamente, dos de sus hijos murieron poco después de haber cruzado la frontera antes de llegar a Dadaab. La gravedad de la sequía es tal, que Amina cree que no podrá volver nunca a su país: “No sucederá jamás. Me quedaré aquí o iré a donde Alá me dé paz y sustento”, dijo. Y agregó: “Nunca había visto una sequía así en toda mi vida”.
A causa del conflicto y la sequía, ha aumentado el número de somalíes que buscan protección en los campamentos de refugiados de Dadaab, en Kenia. Allí residen más de 320.000 refugiados y solicitantes de asilo, pero la llegada de personas que huyen de la sequía en Somalia para poder sobrevivir supera las capacidades del lugar y las condiciones de vida son cada vez más precarias, debido a que los recursos se están agotando. Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, junto con el Gobierno de Kenia y otros socios humanitarios, ayuda a las personas refugiadas recién llegadas para acceder a servicios básicos, como alimento, agua y atención médica.