Ray Pinto no recuerda cuándo fue la primera vez que jugó sóftbol. Cuenta que el día en que nació sus padres le pusieron debajo de la almohada un guante, un bate y una pelota. Después de convertirse en entrenador y rehabilitador físico, en 2017 tuvo que salir de su natal Cuba. El sóftbol, la tradición familiar con la que creció, le permitió encontrar a su nueva familia en Uruguay: el Club Atlético Repecho.
Un domingo en la mañana, Ray recorre la cancha de sóftbol con yeso en la mano para marcar las líneas de campo. Los jugadores, muchos de ellos refugiados y migrantes como Ray, calientan para el partido mientras sus familias conversan y comparten su comida típica. “La añoranza es grande porque estamos lejos de los nuestros, pero aquí formamos una gran familia. Para quienes comenzamos una vida nueva en el extranjero, tener un grupo al cual sumarnos es lo máximo”, comenta Ray.
El club nació hace 62 años en una casita del barrio Aires Puros, en Montevideo. Carla Mon, su actual Secretaria, entró a su sede por primera vez cuando tenía doce. Sintió mucho la falta de esta comunidad cuando tuvo que mudarse temporalmente a los Estados Unidos. “Aquí tenemos una red que va más allá del deporte. El club nos enseñó a seguir transmitiendo de generación en generación nuestros valores”, cuenta Carla. De vuelta en Uruguay y casada con un venezolano, se dio cuenta de que Repecho podía convertirse en una red de apoyo para las personas refugiadas y migrantes que rehacían su vida en su país. Así nació en 2019 el equipo de sóftbol de Repecho, del que Ray es entrenador.
Lo primero que hizo José Saavedra, un joven barbero venezolano de 25 años, cuando llegó a Montevideo en 2022 fue tipear “sóftbol Uruguay” en Facebook porque sabía que practicar el deporte lo haría sentir más cerca de casa. Ahora también forma parte de la que él llama ‘la familia Repecho’. “Los días que paso con ellos son los mejores”, asegura con una sonrisa.
El club también permitió a José y a otras personas recién llegadas encontrar oportunidades de trabajo, saber dónde es mejor rentar una vivienda, cómo obtener su documentación y otros consejos útiles que se comparten entre la comunidad. Muchas de ellas aún no cuentan con una residencia legal en Uruguay, lo cual les dificulta su proceso de integración en el país y encontrar mayores oportunidades de inclusión – más allá de aquellas oportunidades de inclusión social que el ya el softbol les ha otorgado a algunas.
“Aquí formamos una gran familia… tenemos una red que va más allá del deporte”.
Además del impacto positivo que tiene el deporte en sus vidas, las personas refugiadas y migrantes están manteniendo viva una tradición que ya casi no se practicaba en Uruguay. Este tema es de especial interés para Álvaro Castro, uruguayo de 68 años, quien se emociona cada vez que habla del sóftbol. “Me dio los mejores recuerdos, mis mejores amigos”, comenta sentado en una pequeña habitación de su departamento en Montevideo. Las paredes de su casa están repletas de fotografías, recortes de periódico, banderines, camisetas, copas, pelotas y guantes. Entre las sillas se pasea su gata Pantera, que lleva el mismo nombre del equipo al que perteneció.
Después de trabajar por 40 años en el sector bancario, se jubiló y ahora dedica sus días a reconstruir, pieza por pieza, la historia del deporte que marcó su vida. Un dato le queda claro: el sóftbol llegó al Uruguay a principios del siglo XX con un misionero norteamericano y se siguió practicando en las décadas siguientes gracias a la llegada de personas refugiadas y migrantes.
Álvaro creció jugando sóftbol en su barrio. En 2010, él y sus amigos se despidieron definitivamente del Club Panteras. Pero pocos años después, la llegada de personas refugiadas y migrantes volvió a reactivar el deporte. Para Álvaro, Ray es uno de los mayores referentes del sóftbol uruguayo en la actualidad: “Tiene un impulso impresionante y se da cuenta del valor que tiene este deporte para nosotros”.
En los últimos años, la población forzada a huir y apátrida en Uruguay ha aumentado considerablemente. A junio de 2023, según cifras brindadas por contrapartes gubernamentales y recopiladas por ACNUR, esta cifra alcanzaba a 51.503 personas. Actualmente, la liga de sóftbol masculino en Uruguay tiene 14 equipos y aproximadamente 300 jugadores. La mayoría de sus integrantes viene de países como Venezuela, Cuba, República Dominicana, Argentina y Estados Unidos, aunque muchas personas uruguayas también lo practican.
La falta de recursos económicos ha impedido a Ray y a otros profesionales en el deporte dedicar el 100 por ciento de su tiempo al sóftbol. Ray, por ejemplo, ha tenido que trabajar como chofer, albañil, carpintero y mucho más para poder sobrevivir. Pero nunca falta a las prácticas los fines de semana: “El sóftbol es mi refugio. Es donde vengo y me olvido de que el mundo existe. Me gustaría tener una academia acá en Uruguay”, comenta.
“Mi sueño es que Uruguay tenga una selección… Poder salir a competir con el nombre de Uruguay sería fantástico”.
Carla también piensa en grande: “Mi sueño es que Uruguay tenga una selección. Tenemos un montón de equipos con tremendos peloteros. Poder salir a competir con el nombre de Uruguay sería fantástico”.